La historia de Fredy Vera: Resiliencia, superación y la lucha por los abuelos

Por Christian Pérez/@chrisperezz7/christian.perez@nacionmedia.com.py

Imágenes: Diego Fleitas y Cristhian Brítez

Historias hay cientos y miles en el fútbol paraguayo, pero el de Fredy Vera, mediocampista ofensivo de Cerro Porteño, a préstamo en Ameliano, es sin dudas una de las más emotivas e inspiradoras, que puede servir de ejemplo para muchos jóvenes que pelean día a día por el sueño de ser jugador profesional.

Siendo un chico que toda su vida creció en el interior (Caazapá), tuvo la valentía para aventurarse hacia la capital de nuestro país, desafiar las dificultades de la vida, pasando hambre, durmiendo en el piso y sufriendo internamente demasiadas necesidades que recién hoy, con un poco de solvencia económica, se animó a sacar del baúl de los recuerdos no muy gratos.

A 240 kilómetros de Asunción, en una pequeña comunidad de Caazapá llamada Kera’y, un niño de contextura física muy delgada, con un “bronceado campaña”, para no decir quemado, maravillaba a los vecinos por su velocidad, capacidad de gambetear, el nulo miedo a desafiar a quien se le ponga en frente en una cancha y el amor excesivo al fútbol, que siempre fue su esperanza para salir adelante.

Ese era Fredy Vera, un chico al que quizás el destino le tenía preparado trabajar en la chacra, crecer en Caazapá rodeado de sus abuelos y pelear día a día por sobrevivir, así como hicieron y siguen haciendo sus amigos de toda la vida.

Pero su optimismo probablemente le salvó el futuro, o al menos le dio la posibilidad de mejorar un panorama que no era muy alentador y de paso, también ya está ayudando a cambiar la calidad de vida de sus abuelos, quienes en su momento dejaron de comer por darle el pan de cada día a él y sus hermanos.

Fredy visita cada tanto el club 13 de Junio de Kera'y, al que le tiene mucho aprecio.

Luego de jugar en varios clubes de Caazapá, comenzando por su querido 13 de Junio de Kera’y, en el que debutó en Primera a los 15 años, forjando carácter y la valentía de enfrentar el roce físico, Fredy buscaba un mayor desafío, pero más que el reto, era buscar un mejor futuro.

A escondidas prácticamente de sus abuelos, quienes creían que fue a jugar en un club de la ciudad de Caazapá, llegó a los 17 años al Deportivo Capiatá y ahí comenzó la odisea. Sobrevivir al mundo urbano, que es muy distinto al de la “campaña”.

“Acá es diferente: si no tenés plata, no comés, no podés tener un techo. Esa es la ventaja de vivir en la campaña. Sin plata igual podés comer cualquier huevo casero, gallina o siempre hay algo. Acá, no”, comenzó explicando sobre su aventura en la ciudad de los mitos y las leyendas.

Las dificultades comenzaron a extorsionar sus sueños y deseo de superarse. Días, noches de hambre e incomodidades extremas le dificultaban rendir en los entrenamientos y partidos. ¿Seguir aguantando el sufrimiento y luchar un poco más o volver a la comodidad con los abuelos y trabajar en la chacra? Esa era la cuestión en ese momento.

Fredy Vera debutó en Capiatá en el 2016. Foto: Nación Media.

“Hendy (complicado) realmente cuando me fui recién. Vivía con dos compañeros más en una pieza. Sin mentir, había días que no desayunaba o no almorzaba o no cenaba. Y realmente no tenía nada. A veces un compañero robaba hasta maní de la casa de sus padres y tíos para traernos por lo menos eso. Parece exagerado, pero cuando no tenés nada eso es muchísimo”, recordó el extremo con un brillo especial en los ojos, orgulloso de haber superado una situación tan crítica como aquella.

Además de la pelea diaria por un plato de comida, el otro problema era la falta de descanso. Incluso llegó a dormir en la intemperie, bajo una planta de mango para soportar el calor excesivo.

“Te dije que no teníamos nada, pero nada cuando nos mudamos recién, solo un colchoncito. No teníamos ni un ventilador de pie y hubo muchas veces en la que sacamos nuestro colchón afuera, bajo un mango para soportar el calor. Ahí el tema eran los mosquitos, hasta amanecer te peleabas con ellos, pero al menos era un poco más fresco”, comentó con una sonrisa viéndole el lado positivo a la cuestión.

Eso sí, recordó que una vecina a quien prefirió no personalizar, fue quien le ayudó mucho en los momentos de desesperación. Le brindó comida, lo invitaba a su casa y hasta dejar ver partidos de fútbol en la TV.

Su suerte fue cambiando poco a poco gracias a sus destacadas actuaciones en las formativas del Deportivo Capiatá. Llegó con 17 años para la Sub 18 y luego de seis meses, Víctor Genes (+) lo convocó para la Primera y de ahí en más no paró de escalar como futbolista profesional, incluso hasta llegar a uno de los equipos más grandes del país, Cerro Porteño, donde no pudo triunfar del todo, pero cree que tendrá su dulce revancha para demostrar todo su potencial.

Foto: Nación Media.

UNA AUSENCIA QUE DUELE MUCHO

Algo que le ha pesado y dolido siempre en el alma a Fredy Vera, es haber crecido sin su mamá, quien lo abandonó cuando tenía apenas dos años. Hasta ahora no encuentra explicación, pero su corazón no guarda rencor.

Yo pensé que se fue de viaje nomás. Se fue cuando yo tenía dos años más o menos y recién pude entender más o menos lo que pasaba a los 8, 9 años. A los 13 ya entendí totalmente que se había ido. Mi abuela no me quería decir que se fue para siempre. Yo le esperaba para mi cumpleaños cada año y nunca apareció”, contó en medio de un suspiro largo y un nudo en la garganta.

Después de mucho tiempo, volvió a tener contacto con su mamá, pero aún no pudo verla y cree que se dará pronto lo que tanto anheló desde chico.

“Ahora volví a hablar con ella. Me suele responder estados de Whatsapp, me dice que está orgullosa, pero no es lo mismo, no me dice de frente y quiero verla”, comentó, y ante la consulta de si está dispuesto a perdonar y tener una nueva relación con ella, respondió sin dudar: “Claro que le quiero ver, es mi mamá. Tengo ese presentimiento que le voy a ver. Por más que crecí con mi abuela y nunca me faltó cariño, el amor de una mamá es diferente y todos sabemos eso”, expresó.

Fredy contó que hubo momentos que sintió demasiado el hecho de no tener a su madre con él y contarle sus logros y fracasos. “El amor me faltó siempre. Cuando fui recién a Asunción, pensaba. Siempre uno tiene muchas cosas que quiere contar y yo no tenía a quién decirle. A mis abuelos lo que menos quería era darles problemas, entonces me tragaba todo”, explicó, dejando expresar unos ojos llorosos, pero sin dejar caer una gota de lágrima.

Fredy Vera y la abuela Teresa, una relación eterna.

Con 24 años, un paso por Cerro Porteño (dueño de su pase), donde fue campeón del Apertura 2020, Fredy comenzó cimentar su futuro. Se construyó una casa en Luque, que por cierto también tiene una historia bastante particular.

Siempre iba con Claudio Aquino a los entrenamientos y un día le comenté que estaba haciendo para mi casa de a poquito, pero no estaba pudiendo terminar. Sin dudar me preguntó cuánto me faltaba, me completó y me dijo que le devuelva cuando puedas nomás. Fue increíble. Estoy y estaré agradecido eternamente. Tengo una casa propia, es increíble”, resaltó con gran felicidad.

Ahora tiene dos grandes sueños; uno para sus abuelos y otro para su carrera deportiva. Quiere construirle una "mansión" a sus abuelos para que estén más cómodos, tranquilos y no tengan que trabajar más ni en la huerta.

A pesar todo, Fredy Vera se hace cargo de ellos y los asiste en todo. Él mismo reconoce que no es suficiente, pero ha renovado el hogar donde creció con pisos y techos nuevos, más otros retoques.

Teresa Gaona, la abuela que se hizo cargo de Fredy desde los dos años, resalta la bondad de su nieto, quien no les hace faltar nada. Con un orgullo que no entra en el pecho, señaló que sin importar lo material, su amor por él (Fredy) es inmenso y será para siempre.

Ahayhueterei chupe (le quiero demasiado). Nunca quise que se despegue de mí, pero la pelota (el fútbol) era sus destino. Le felicito por lo que logró, mucho sufrió él, en todo sentido y verle ahora así me llena de alegría. Encima es demasiado agradecido. Él nos renovó toda la casa. Siempre nos antepone y nos ayuda en todo. No me puedo quejar en nada de él, solamente rezo por él y le bendigo siempre”, indicó doña Teresa, quien recibió a todo el equipo de Versus con una alegría contagiante y una hospitalidad única.

La historia de Fredy continúa. Fue campeón de la Copa Paraguay 2022 y consiguió el milagro de salvar la categoría con Ameliano. Espera que el 2023 sea su año definitivo y en algún momento cree que llegará su revancha en Cerro Porteño, con el que tiene contrato hasta mitad del 2024.

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La llamada que le cambió la vida

Por Christian Pérez/@chrisperezz7

Imágenes: Diego Fleitas

Edición: Alejandro Díaz y Rodrigo Pujol

“El de arriba siempre te da una cuerdita en el momento menos esperado, pero más preciso”, manifestó alguna vez el uruguayo Sebastián el “Loco” Abreu y depende de cada uno reconocer ese instante, para agarrarse de esa cuerda y salir del fondo.

La frase se puede aplicar perfectamente al caso de Mateo Gamarra, defensor de 21 años, a quien una llamada le cambió la vida y desde ahí no ha parado de evolucionar en su corta carrera como futbolista profesional y ahora lo corona al ser convocado a la selección paraguaya absoluta.

Si bien su progreso ha sido increíble de un tiempo hasta aquí, el hombre oriundo del primer Departamento, Concepción, ubicado a más de 400 kilómetros de la capital de nuestro país, ha sabido soportar momentos de incertidumbre que incluso amenazaron con acabar con su carrera como futbolista.

Con una humildad ejemplar y sin tapujos para expresarse en el idioma que mejor lo sabe hacer, en guaraní, Mateo Gamarra recibió durante una pequeña pausa del campeonato al equipo de Versus en su querido barrio Primavera de la ciudad de Concepción, donde pasó toda su infancia rodeado de 12 hermanos y sobrinos, al mando de doña Vidalia González y don Lino Rubén, quien lastimosamente falleció hace cinco años y no pudo verle cumplir el gran sueño al undécimo hijo, Mateo.

Su personalidad y forma de ser contrastan totalmente con su actuar dentro del campo de juego, donde se muestra agresivo, dispuesto a llevarse por delante a todos, sin respetar jerarquía ni el cartel que tenga el rival. Fuera del rectángulo, el zaguero-lateral de 21 años rebosa de cordialidad, disfruta de ser un hombre de perfil bajo y trata de responder con las palabras exactas y necesarias, para no abusar del palabrerío.

Consultado del porqué actúa a veces de manera tan rústica y demoledora en el césped, algo que le reclama bastante su madre y gran parte de la familia, respondió: “Ndaperdeséi ni balita (no quiero perder ni juego de balita)”.

Mateo Gamarra dentro del compartimiento de la barcaza en el 2020.

Inicios en Concepción y primera aventura

Sus inicios como futbolista fueron jugando fútbol de salón y a la par fútbol de campo en el club General Garay de Concepción. Llegó un momento en el que debía elegir una de las dos disciplinas y a pesar de estar en la selección concepcionera de fútbol de salón (divisiones menores), a Mateo siempre le sedujo más el verde césped y estaba decidido a derribar todos los obstáculos para lograr su objetivo.

En un momento sintió que en su tierra ya había logrado todo lo necesario y su alma competitiva debía buscar un desafío más. Fue así que a en el 2017 llegó a la capital para probar en Independiente de Campo Grande. Quedó de manera inmediata para la categoría Sub 18 al año siguiente.

Eso sí, Mateo comentó como anécdota que, en el primer día de pretemporada, estaba decidido a volver a su querida Concepción. “El primer día casi no aguanté. Me liquidó. Llegué a casa y dormí sin comer. Me levanté a merendar y dormí de nuevo hasta el día siguiente”, rememoró entre risas.

No tardó mucho en llamar la atención del entrenador de Primera, Pablo Caballero y a finales del 2018 ya debutó en la máxima categoría del fútbol paraguayo, aunque para mal suyo, Independiente descendió a la Intermedia.

Jugó toda la temporada 2019 en el equipo de Campo Grande, en la Segunda División e incluso disputó la Copa Sudamericana, ya que “Inde”, a pesar de haber descendido, había logrado un cupo internacional con su acumulativo, que irónicamente no le alcanzó para seguir en Primera.

Se acabó la vida de futbolista

En el 2020 la vida futbolística de Mateo Gamarra parecía llegar a su fin. La pandemia azotó al mundo y el fútbol no se salvó de ello, principalmente las categorías del ascenso paraguayo.

La División Intermedia quedó cancelada esa temporada y el defensor de Concepción fue uno de los cientos de jugadores que tenía que rebuscarse para sobrevivir por decir de alguna forma, ya que nada es gratis y debía encontrar algo que le reditúe un poco de dinero.

El trabajo fuera del fútbol para Mateo Gamarra no era muy chocante ni algo que estaba en su rutina. Su propia madre, doña Vidalia González, contó orgullo que, desde chico, la figura que tiene hoy Olimpia, vendía carbón y muchas otras cosas en Concepción, a bordo de un motocarro, comandado por su hermano Luis Gamarra, a quien además de consejero, lo tuvo como psicólogo, jefe, consejero, “compinche” y mejor amigo, como él mismo lo describe.

El 2020 fue duro con todos, no menos con Mateo y su familia; por ello fue obligado a colgar los botines y ponerse a trabajar en barcazas que transportan mercaderías y hasta ganado.

A Orillas del río, luego de un intenso día de pintura.

Con su hermano mayor, pintaban el fondo convertidor y aseaban los barcos. “Vos entrás ahí para pintar o limpiar con tu pincel, totalmente encerrado y oscuro. Alumbrás con tu linterna, tomás un poco de tereré y charlás con tu compañero, a quien ni siquiera podes ver en la oscuridad. Muchas veces salís y ya es de noche, ni sabés qué hora es”, recuerda Mateo al visitar justamente donde fue su lugar de trabajo hace un poco más de un año y medio.

Su salario semanal era de 210.000 guaraníes, un monto “imposible” para sobrevivir quizás en Asunción y sus alrededores, pero el propio Mateo asegura, que a pesar de ser muy poco, en el interior se puede sobrevivir con ello. Claro, con lo justo, pero llegaba.

De los 210.000, 10.000 ya iba para el combustible de la moto, un 100.000 era para su madre sí o sí y el restante 100.000 guaraníes se destinaba para la cena con la novia y algún partido de “piki”. “Yo amanecía el lunes sin un peso ya otra vez y con ganas de prestar de alguien”, relata soltando una carcajada.

La “cuerdita” y la llamada

Y un día le “tiraron” la cuerdita desde arriba como diría el “Loco” Abreu. Suena el teléfono, pero no tenía registrado el número...

Suspira, duda entre contestar o no, pero finalmente desliza la pantalla y responde: ¡Recibió la llamada que le cambiaría la vida! Era Mario Jara, en ese entonces DT del 12 de Octubre, quien le consultó si tenía ganas de ir al equipo itaugueño, ya que precisaba de un lateral izquierdo.

Sin dudar, prácticamente sin saber cuánto ganaría, ya que cualquier monto seguramente iba a ser superior a los 840.000 guaraníes mensuales que estaba percibiendo, Mateo le dio el “sí” a Jara y al 12 de Octubre.

El chico de 19 años tuvo un gran torneo Clausura, destacándose en una posición en el que escasean jugadores, pues en ese entonces se desempeñaba exclusivamente de lateral izquierdo.

Desde aquel llamado a finales del 2020, su vida cambió para bien. Tras impresionar en el “12” lo llamó Olimpia, que pidió un préstamo de un año por él.

Pero nunca nada puede ser tan perfecto. De entrada, lo mandaron al selectivo franjeado, que fue un duro golpe para él, quien ya se consideraba un jugador de Primera. Lo peor era que ni siquiera podía jugar en la Reserva, ya que las restricciones seguían a inicios del 2021, por lo que solamente se dedicó a entrenar casi seis meses, sin poder disputar un partido real.

“La cabeza ya me carcomía, no sé si tomé una buena decisión. Todos quieren jugar en Olimpia, peor me habían advertido que no jugaría e iba a desperdiciar mi tiempo. Pero todas esas palabras eran para mí una motivación. Soy demasiado competitivo y no quería dejarme vencer. Yo sabía que mi contrato era solo por un año, pero dije que me iba a matar trabajando ese tiempo para demostrarles a todos que puedo jugar en Olimpia”, señaló con una actitud desafiante y recordando lo sucedido el año pasado.

Durante la pandemia, Mateo tuvo que hacer lo que sea para ganarse la vida.

La “cuerdita” había quedado estancada por algún nudo, pero nunca soltó las manos de Mateo Gamarra. Tras un superclásico, Sergio Orteman fue destituido en Olimpia, asumió Enrique Landaida”, quien nuevamente lo sacó a flote, del olvido prácticamente.

Luego de un entrenamiento con el equipo principal, en el que no tuvo piedad de nadie como de costumbre, “Kike” le contó que iba a ser titular en cuartos de final de la Copa Libertadores, ante nada más y nada menos que el poderoso Flamengo.

“Navajita”, como lo apodó Alejandro Silva -por su filoso juego defensivo-, estaba listo para debutar con el escudo de Olimpia en el pecho y en Copa. A pesar del mal resultado, protagonizó un partido enorme, con gran personalidad ante superestrellas como “Gabigol”, Bruno Henrique, De Arrascaeta, entre otros. De estar corriendo sin sentido en la Villa Olimpia, de repente aparecía en la mira de todo el continente en el mítico Maracaná.

A partir de ahí no paró de crecer. Se asentó como jugador de primera, fue campeón de la Copa Paraguay, Supercopa Paraguay y cada vez apunta aún más alto.

Ahora acaba conquistar otro gran sueño: ser convocado a la selección paraguaya. Fue llamado por Guillermo Barros Schelotto para el amistoso de Paraguay ante México, este 31 de agosto.

Su vida cambió drásticamente de un día para el otro; el mundo Olimpia lo expone al máximo, pero él asegura estar preparado para todo y se rehúsa a que la fama le saque su esencia.

“Económicamente ha cambiado mi vida, no puedo negarlo. También en lo cotidiano. Ahora al salir a la calle ya me conocen, me piden fotos, me hablan, pero es algo que yo siempre hice, no es nuevo. Olimpia te cambia la vida, de eso no queda duda, pero yo estoy seguro que mi forma de ser no va a cambiar nunca. Pisar tierra es lo que no voy a dejar de hacer. Yo vengo acá en Concepción y soy igual que antes, con todos”, reconoció.

De vender carbón en un motocarro; de congelarse a las orillas de un río limpiando barcazas, a ser jugador de Olimpia y convocado a la selección paraguaya en menos de dos años, es claro ejemplo de que rendirse no es una opción.

No te desesperes, la “cuerdita” caerá en algún momento y debés estar preparado para agarrarte de ella…

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Ya no podía más, el fútbol era historia para mí

Por Matías Pérez

Pasó mucho tiempo, probablemente algunos de los que lean estas líneas no sabrán quién soy y seguramente otros dirán: “Sí, recuerdo a ese zaguero corpulento que había aparecido en Nacional y las selecciones menores. ¿No había ido a Portugal?”.

Antes que nada debo presentarme para los que no me conocen. Soy Matías Rodrigo Pérez, jugué en Primera División a los 17 años, tuve un paso por Europa (Sporting de Portugal) y también estuve en un Mundial con la selección paraguaya Sub 20. Quizás a algunos ya les suene un poco familiar mi nombre o tal vez no...

Ahora estoy jugando en la División Intermedia con Independiente de Campo Grande, mi nueva casa desde hace unos años y el club que me volvió a dar vida para sentirme realmente un jugador de fútbol, el sueño de toda mi vida al que estuve a nada de renunciar.

Bueno, ahora que ya me conocen un poco más o al menos saben cómo me llamo, necesito contarte y contarles qué pasó conmigo, por qué no estoy jugando en la élite como mis compañeros de formativas como Gustavo Gómez, Junior Alonso, Miguel Almirón, Derlis González, por citar a algunos, con quienes tuve el placer de jugar y disfrutar el Mundial de Turquía 2013.

Si te interesa mi historia, ahora te voy a comentar sobre los peores años de mi vida, no solo como jugador, sino como persona. Esta historia de terror no le deseo a nadie, juro que a nadie.

En un amistoso jugando por Nacional a finales del 2016 sentí un dolor fuerte en la pierna. Decidí salir de la cancha, pesando que era alguna lesión normal, pero no sabía que iba a convertirse en la pesadilla más sufrida de mis 28 años.

Me hice los estudios y detectaron fractura incompleta por estrés en la tibia derecha. Seguro estarán diciendo ahora: “¿Te lesionaste por estrés?, ¿era un estrés mental?” Les cuento que no es así, el hueso sufre un estrés por exceso físico, mal movimiento u otras cuestiones, pero no es por el cansancio mental del que todos hablamos.

Esa lesión me dejó más de dos años parado, sufriendo de dolor físico y mental. Me hizo desear lo peor y estaba seguro que había acabado con mi carrera profesional.

Mundial Sub 20, Turquía 2013.

Pero vayamos por parte. En el 2017 me operé la primera vez y hubo una innumerable cantidad de errores de procedimientos, pero no creo necesario exponer al o los responsables. En el fondo, todos fuimos culpables.

La lesión se me había infectado y nadie se dio cuenta. Recuerdo perfectamente: Me habían operado un sábado y para el miércoles mi pierna estaba morada, hinchadísima. Los especialistas me dijeron que podría ser normal y me liberaron.

El pus había subido hasta el muslo, el color de mi pierna derecha era irreconocible y el dolor ni te pienso describir, porque al recordar esos momentos, sigo sufriendo.

Por momentos las cosas parecían mejorar, algunas veces creía que estaba recuperándome cuando no estaba hinchada la pierna, pero ya había pasado mucho tiempo y yo necesitaba hacer ejercicios físicos.

Recuerdo que un día fui para caminar en Ñu Guasú (Parque). Un kilómetro hice con algunos problemitas, pero llegué -como pude-. A partir de ahí ya era imposible. Tenía como 4 kilómetros para completar el circuito y llegar a mi destino, pero solamente terminé porque debía llegar nuevamente a mi auto. El dolor después del kilómetro 1 ya era insoportable. Estaba derramando lágrimas y rengueaba todo el trayecto hasta que llegué apenas.

Las cosas no mejoraban, todo era cada vez peor, el dolor, mi vida, todo parecía derrumbarse. No podía caminar mucho y ya me estaba deprimiendo sin darme cuenta. La bacteria seguía dentro de mi pierna, pero yo no sabía lo que pasaba.

Cada día era un sufrimiento, cada día era una pesadilla. Mi vida no tenía sentido. ¿Sabés lo que es para un chico que toda su vida fue deportista, ahora esté sentado todo el día o que caminaba con muletas?

Un día, después de pensar y analizar qué iba hacer con mi vida, me acerqué a mi hermano Ariel, que también fue futbolista y le dije que ya no quería seguir. Ya no podía más, el fútbol era historia para mí...

Me duele demasiado, no vamos a ir para adelante, me tengo que olvidar del fútbol”, le dije, recuerdo como si fuera hoy mismo. Pero sinceramente desde el fondo de mi corazón te digo, yo amo el fútbol, pero ya no era mi prioridad.

Lo único que quería es volver a ser una persona normal. Quería caminar normal como todos, sin dolor, sin hinchazón. Ya no quería sufrir, había pasado demasiado, que ya estaba dispuesto a cualquier cosa.

El peor año de mi vida me dio otro golpe al corazón

Si todo ese sufrimiento no era suficiente y faltaba algo, el 2017 me dio otro golpe directo al corazón. Y eso me dolió aún más que el sufrimiento físico.

Se me fue el compañero de toda la vida, se fue una parte de mi vida, murió mi papá…

“¿Por qué a mí todo?, ¿cómo voy a superar todo esto?” Eran algunas preguntas que me hacía a cada rato y que recién años después encontraría las respuestas.

¿Sabés lo que es que el amigo de toda su vida se vaya de un día para el otro y encima con el estado en que yo estaba? Esa persona que hacía milagros para que yo pueda entrenar desde niño, que conseguía cómo salir de Zeballos Cué a las 3 de la madrugada, para ir a entrenar en Ypané...

Ese hombre que siempre me acompañaba, llueva, haga frío, calor, pero que no ponía excusas para que yo pueda seguir mi sueño de ser futbolista. Jamás olvidaré esas madrugadas en las que hacíamos malabares para llegar hasta el mercado de Abasto y ahí tomar el primer bus hacia Ypané. Vivía al otro extremo, pero gracias a él nunca llegué tarde ni cinco minutos a un entrenamiento.

Cuando el murió, una parte de mí parecía que se rindió, pero Dios es grande no lo hice y gracias a vos papá, sigo luchando. Nunca me alcanzará la vida para agradecerte todo.

De infierno al cielo

La cosa en algún momento llegó a empeorar y si bien los doctores nunca me dijeron en ese tiempo, mi pierna estuvo en riesgo de ser amputada.

En el hospital me dijeron que si me agarraba trombosis, corríamos el riesgo de amputar, porque no había mejoría. Después de mucho tiempo me enteré de eso, al menos que podría perder una pierna. Las conversaciones de los doctores siempre eran con mi mamá y obviamente ellos (con mi hermano y esposa) no querían decirme nada. Después entendí por qué ella entraba al baño del hospital y rezaba siempre.

Después de tanto sufrir, tomamos la decisión de volver a operarme en el 2018, pero con otros procedimientos muchos más estrictos y obviamente en otra clínica. Sabía que alguna buena iba a llegar y por suerte de poco todo volvió a mejorar.

Me hacían controles, estuve un mes internado con antibiótico para eliminar la bacteria y me estaba dando cuenta que esta vez sí iba a funcionar.

Por mi cabeza, lo único que pasaba era poder volver a caminar al menos de manera normal. El fútbol había pasado a segundo plano. Y lo hice, volví a caminar, volví a correr, volví a jugar. Lo que a mí me pasó es un milagro. Después de no poder ni pisar, estar jugando es un milagro.

Gracias, Nacional

Quizás la historia ya se está volviendo larga, pero no puedo dejar de agradecer a Nacional, que fue gran responsable de mi recuperación.

Yo tenía aún varios años de contrato con ellos, pero llegué a un acuerdo con el club: Ellos me cubrían toda mi recuperación, salarios y cuando vuelva a jugar, el vínculo se iba a acabar.

Nacional me pagó todo: cirugía, tratamiento, sueldo -jamás se atrasaron conmigo-, consultas, fisioterapia. Y tal como lo acordamos, cuando regresé en el 2019 a jugar en Reserva, dejé el club, pero con un cariño enorme y gran responsable de todo fue Robert Harrison, a quien siempre estaré agradecido.

La pesadilla había pasado y mi vida comenzaba a tener sentido nuevamente. Llegué a Independiente de Campo Grande para el 2020, pero el fútbol me dijo que debía esperar más: La pandemia había suspendido la Intermedia, pero yo ya estaba feliz.

En el 2021 jugué 28 de los 34 partidos. Para mí fue lo máximo; quería ascender a Primera, eso es categórico, pero yo ya había ganado el campeonato más difícil e importante de mi vida...

Tras dos años de llanto, sufrimiento y desesperanza, volver a disfrutar del deporte que tanto amo y tener una vida normal junto a mi familia, es el mejor regalo que pude tener.

Parece tan poca cosa, pero a veces lo más sencillo es lo más importante en esta vida; caminar, por ejemplo. Lo que vos estás haciendo día a día es posiblemente el sueño imposible de muchos, así que valoremos más lo que tenemos y dejemos de apuntar siempre a lo que no tenemos.

Todo sirvió para algo

El fútbol es idéntico a la vida: te da cosas buenas, malas, momentos en el que te creés intocable y luego te reduce a una vulnerabilidad increíble. De lo peor podés pasar a lo mejor y viceversa.

Tras 11 años de carrera profesional te puedo decir que valores todo el tiempo que te da el fútbol y aunque los golpes son los que dan las enseñanzas, no desaproveches ni un instante.

Con 20 años tuve la posibilidad de se transferido al fútbol europeo (Sporting de Portugal), toqué una buena plata, no te digo que me hice millonario, pero sí tenía una gran cantidad y quizás ahora me doy cuenta de ciertas cosas que hice mal en su momento.

Igual, yo le agradezco a Dios que me haya mostrado eso, porque estaba mal. Si me da otra vez la posibilidad, que voy a hacer mejor las cosas. Pero bueno, es una enseñanza de la vida…

Pero no solo cosas materiales vas perdiendo cuando las cosas no andan bien, en el momento que yo estuve mal y realmente necesité, me di cuenta quiénes son realmente mis amigos. Muchos ya no aparecieron y se quedaron los que son leales hasta en las peores y en eso está en primer lugar la familia, la que jamás te va a dar la espalda.

No soy eminencia en el fútbol, pero por lo que me tocó vivir, solamente quiero decirle a todos que aprovechen cada momento de la vida y a mis colegas que están iniciando o quizás tienen mi misma trayectoria: Cada segundo vale oro, todos los detalles sirven. Si el DT te hice: “andá al gimnasio hacé trabajo preventivo, cuidate en la comida”, hacelo, es por algo.

Ahora, cada entrenamiento es increíble ahora para mí. Estar dos años sin poder hacer nada, fue lo peor que me pasó en la vida y ahora no veo la hora de ir al próximo entrenamiento.

Volví a caminar, volví a jugar, y luego de cada partido, sin importar el resultado, yo sé que gané…

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