Tragar veneno

Por Mike Silvero - @mikeotr

Hay un sentido de comunidad alrededor del fútbol que resalta aún en época de pandemia, de crisis y de depresión como esta que vivimos. Fuimos millones frente a un televisor, pegados a una radio, o con el celular como una extensión de nuestras manos a la hora de un nuevo Cerro-Olimpia, con nuestras esperanzas, con nuestras preocupaciones, con nuestras cábalas y nuestras frustraciones.

Van 26 minutos de juego y en el barrio se escucha más fuerte que cualquier escaso festejo un “¡Kóre!” en forma de reclamo y de descarga, fue después de que Diego Churin malogre un penal. “Para mí no fue penal”, dice el mensaje vía WhatsApp que tiene como remitente a mi viejo, el tipo al que más extraño tener cerca en estas situaciones de tensión, como lo deben hacer todos los que están distanciados de sus seres queridos por estos tiempos raros.

Sé lo que intenta hacer -como cuando era chico y me ponía nervioso al borde de las lágrimas con alguna situación en contra-, darme esperanza. Su mensaje dice entre líneas “hagamos de cuenta que esto no pasó y sigamos adelante”. Todo mientras la sangre hierve y la presión se eleva al ver la reacción del arquero Aguilar ante la ejecución de ‘Diegol’. Hay más mensajes, son de grupos: “Yo le rompo la cara y me voy bien expulsado”, dice uno con el que nos identificamos -casi- todos. Pero quizás no sea la mejor opción.

Aquí podría insertarse la repetida frase de que el fútbol da revancha, pero no es lo que me viene a la cabeza, sino son otras las palabras. Es 2015 y en el desolado vestuario del Olympique de Marsella, después de una derrota ante el siempre discutido PSG, el entrenador Marcelo Bielsa les dice a sus dirigidos una frase que retumba en mi cabeza desde aquel día: “Traguen veneno, acepten la injusticia, que al final todo se equilibra”. Algunos jugadores necesitan traducción para lo que decía aquel rosarino pero el mensaje queda. No se puede cambiar lo que pasó, solo se puede intentar hacer distinto lo que venga después.

Ese Marsella no logró el título ese año y sembró todas mis dudas por un momento sobre este partido, hasta el siguiente mensaje del viejo: “¿Viste lo de Ferrari hoy? Una vergüenza”, dice, cambiando de tema, pensando en el entretiempo, sacandome una sonrisa porque me permite imaginarlo serenandome de mita’i, así como me enseñó que cuando los bebés se inquietan, hay que abrir la canilla y hacerles escuchar algo que les transmita tranquilidad y familiaridad, y que ese ruido de agua corriendo es similar a lo que oyen estando en la panza de la madre.

Poco más de una hora después, Francisco Arce -el mejor técnico del fútbol paraguayo-, se funde en un abrazo con ese 9 que vino sin mucho ruido, que lleva más de 50 goles con esta camiseta y que encontró en estos colores un amor incondicional. “Ni se habló del penal, fue un abrazo de fraternidad”, dijo el ‘Profe’ después. Claro. ¿A quién le importaría lo que sea que haya dicho el arquero rival después de una jugada en la que no tuvo participación directa? Al capitán quizás, pero ese es otro tema.

Churin es el ejemplo del tipo que traga veneno, lo ha hecho durante gran parte de su carrera. De estar predestinado desde las categorías menores de la selección argentina a ser parte de la elite de esos delanteros de área de la albiceleste, a las dificultades propias de la carrera del futbolista y tener que padecer el fútbol del durísimo ascenso del vecino país, analizar la posibilidad del retiro, reinventarse en Chile empujado por sus amigos pateando tiros libres y destapando dos claves de su juego; profesionalismo dentro y fuera de la cancha, y letalidad en el área. Una pelota afuera no iba a hacer retroceder a un tipo que con respaldo, es una bestia de esas que quedan en el imaginario del hincha que lo disfruta y más del que lo sufre.

Hay sensaciones contagiantes; el aplauso aliviado al momento del aterrizaje de un avión en Asunción, el alarido generalizado cuando vuelve la energía eléctrica después de un corte de luz en verano, y un grito de gol de Cerro Porteño. No hay nada igual, ante la imposibilidad de tener al lado alguien para los abrazos, vale la pena quedarse sin voz para arrancar la semana, con los segundos de distancia entre el que escucha por radio, el que lo ve por tele, el que tiene el lujo del HD, y el que ya empieza a gritar antes que la señal de internet le permita ver cómo las manos del intrépido portero se doblan y no pueden desviar lo suficiente la pelota. Es gol de Churín, pero se siente como un gol del pueblo. Era una bomba, iba cargada con la fuerza necesaria de quien tragó veneno y aceptó la injusticia sabiendo que la oportunidad vendría, y que al final todo se equilibraría.

El festejo queda para la foto, por lo icónico y barrial de ser el dueño de ese arco y esa pelota, pero más por cómo lo rodean sus compañeros, como aquellos amigos en Chile, el aprecio de estos hermanos que tiene ahora en Barrio Obrero.

En días de incitación a la violencia y de rumores y más rumores sobre sospechosos métodos para la obtención de cuatro títulos seguidos, que Cerro gane con un penal dudoso hubiese dado pie a mil discursos, a sermones y salmos engorrosos. Que lo haga dominando absolutamente todo el partido y sin atenuantes, lo hace más valioso. Le permite dentro de nuestra realidad sanitaria y económica a mucha gente obtener una bocanada de felicidad, un respiro, ante tanto dato negativo.

Es un partido de fútbol, no hay que olvidar, pero el desahogo y las canciones desde los patios y veredas después del 2-0 construyen la historia de lo que somos y de lo que nunca rehuimos, ser el club del Pueblo, “timbre de orgullo”, desde hace un siglo, cuando otros creían que servía para denigrar. Por vivir así como vivimos es que somos lo que somos, y porque como dijo Marco Aurelio “el verdadero modo de vengarse de un enemigo, es no parecérsele”.

Conociéndome, percibiendo la alegría a la distancia, y ante la posibilidad de algún exceso es que llega el siguiente mensaje desde mi entrañable Villa Elisa. “Partido tranquilo, tendríamos que haber liquidado en el primer tiempo ya”. “Te quiero pa, gracias por hacerme hincha de Cerro”, es la respuesta que merecía para cerrar el domingo.

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La tecnología e interpretación complican más el arbitraje

Por Gustavo del Puerto

El VAR vino para quedarse y llegó para poner justicia en el fútbol paraguayo. Y hasta aquí sí hacemos un recuento, las buenas decisiones fueron más, pero las malas también toman mayor protagonismo, sembrando dudas, polémicas y hasta desconfianza.

En algunas determinaciones polémicas e injustas se evidenciaron el mal uso de la tecnología. Sin dar tantas vueltas, la parte humana que maneja la tecnología desnudó la falta de una mejor preparación para tomar una decisión más rápida y efectiva. Se pierde una enormidad de tiempo para revisar una jugada y le saca ritmo al partido. Una demora de 4 a 5 minutos es un siglo en el fútbol moderno y más dañino si la revisión no sirvió para una corrección.

Los errores suman con el correr de las fechas del torneo Apertura, especialmente luego de la vuelta del fútbol tras el largo parate. El arbitraje paraguayo perdió crédito y los reclamos de los dirigentes no se hicieron esperar, incluso algunos piden la cabeza de Horacio Elizondo, el director de árbitros de la APF.

No todo pasa por el VAR, porque también tenemos que dentro de las reglas de juego, cada árbitro tiene su interpretación y como si todo fuera poco, al comienzo, el propio director defendió a sus pupilos, pisoteando las reglas. Como muestra un botón, el mismo Díaz de Vivar fue defendido por no repetir un penal con invasión de área y fechas después el mismo árbitro, en una acción calcada al penal para Olimpia, hizo repetir a Guaireña. Ambos hechos no tienen mucha distancia en el tiempo para un olvido, dado que se registraron tras el retorno del popular deporte en Paraguay.

Lo preocupante es que para un árbitro, una mano es penal y para otros con los mismos elementos no es. Por lo menos hay que llevar la línea arbitral hacia un acercamiento de unificar criterios. La vara alta para una tarjeta roja, tampoco es un detalle menor. Esa postura no tuvo continuidad, porque rápidamente se retrocedió a la vara más baja y hoy se amonesta por cualquier cosa.

Hay árbitros buenos en cancha, otros malos, lo mismo ocurre en el VAR, pero algunos que pintan bien como Carlos Paúl Benítez van sumando errores y su consolidación está en riesgo.

El arbitraje paraguayo está en terapia intensiva y creo que no pasa solamente por la cabeza. Un buen técnico poco milagro puede hacer sí los jugadores no son buenos y lo mismo pasa en el mundo arbitral, porque algunos son repetitivos en errores infantiles. A los buenos proyectos hay que encaminar con trabajo en campo. Hoy Eber Aquino es el mejor árbitro, otros están cerca, buen momento de Juan Gabriel Benítez, en cancha y en VAR, la dificultad de muchos, con aciertos pitando y con errores en la cabina, donde hasta aquí el más avezado es Ulises Mereles.

Abogamos por un mejor arbitraje, por la salud del campeonato para tener a un justo campeón.

El Apertura está emocionante, arriba y abajo, con un Cerro Porteño, imparable, con 6 victorias consecutivas pos parate, hoy único puntero, relegando a Olimpia al segundo lugar, con Libertad y Guaraní que no bajan de la pelea por el título.
El fútbol volvió con todo, pero el arbitraje no está a la altura y no hay mucho tiempo ni paciencia para la corrección.

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Escalera a la esperanza

Por Mike Silvero - @mikeotr

Se estila como un mecanismo de preservación de la amistad, advertir que entre quienes se tienen afecto es mejor no hablar de política, fútbol o religión, porque por lo general la conversación se tornará en una discusión que puede dejar a alguno más maltrecho que otro. Así se han dado desintegraciones de amistades que se podrían haber considerado eternas, o silencios extendidos por lo largo de meses o años, sin una razón real más allá de un intercambio de ideas distintas.

No nos gusta perder, ni siquiera un argumento, principalmente porque en nuestra cultura la derrota está asociada al fracaso. Y el fracaso no es más que una página que hay que dar vuelta y de la cual no sacamos nada productivo. Al menos es así en gran parte del imaginario colectivo. Por eso en el fútbol como en la vida misma, cada día está más sólida la función de ganar como sea, ni siquiera tanto por saborear la victoria como meta obtenida, sino para huir del penoso derrotero de quedarse a un escalón de la cúspide.

A más de 1.000 kilómetros de distancia está un amigo, pero al tiro de los milisegundos de respuesta vía mensajería instantánea. Rompo los códigos tácitos porque a pesar de mi agnosticismo tengo genuina curiosidad sobre un aspecto de sus creencias. “Lo encontré siempre que lo busqué. O mejor dicho él me encontró cuando más lo necesité”, dice Andrés, a quien he escuchado hablar sobre proyectos pasados, presentes o futuros durante los últimos 5 años; en el medio un par de películas hechas en Paraguay, series filmadas entre Colombia y Argentina, y su intención firme de instalarse ya en México o Estados Unidos, donde hace negocios frecuentemente. Un tipo exitoso, que nunca mencionó algo sobre su fe en público, pero está ahí, intacta y creciente.

La respuesta que me dio era en relación a una simple pregunta: ¿Qué representa para vos el Divino Niño? De nuevo la respuesta: “Lo encontré siempre que lo busqué”, y corrige: “Él me encontró cuando más lo necesité”.

Hay una parte de mí que reniega de esto y busca la racionalidad sobre todo. ¿Cómo puede alguien a quien admiro por todo lo que hace creer que ‘fuerzas’ invisibles colaboran o lo socorren ante alguna necesidad? ¿Cómo puede alguien sin tener pruebas ir e insistir con oraciones y asistencia a misa? ¿Cómo puede alguien creer en lo que le establecieron sus progenitores en muchos casos solo por seguir una especie de tradición?

Creo que todos -por lo menos los que leemos este artículo- somos iguales, y que la religión es una manera impuesta de interpretar al mundo, pero también soy yo quien cree que alentando o cantando más fuerte puede “contagiar” de energía a los jugadores, también soy yo el que sin ninguna certidumbre más que una discutible convicción va todas las veces que puede a la cancha, y también soy yo el que nunca ni se cuestionó alentar por los colores que alienta, ¿por qué hacerlo?, si son los que siempre tuvo mi viejo puestos, y los de mis abuelos, y los de mis hijos.

Está siempre latente la posibilidad de que alguien se ofenda leyendo esta nota, por supuesto, solo falta la política para hacer combo completo. Pero no es el punto, todo esto nace de una imagen, repetida y constante ya desde hace unos años en cada conferencia de prensa del mejor técnico del fútbol paraguayo.

Por lo que vimos de su carrera deportiva, me cuesta creer que en ese periodo 1992-2002 en el que pasó de ser una promesa en un preolímpico al mejor lateral derecho del continente, haya requerido ayuda divina. Si Arce hubiese sido folklorista, imaginense a un requintista paraguayo tocando las mejores canciones de samba y bossa, ocupando los principales puestos en las charts de las radios. ‘Chiqui’ convirtió la fastidiosa ‘pelota parada’ en una prominente arma en ataque de Paraguay, y con ello uno de los elementos que harían de la Albirroja la tercera selección más potente de este lado del planeta.

Pero ahí recuerdo a mi amigo Andrés, y quizás ‘Chiqui’ nunca lo buscó, sino que “lo encontró”.

En el barrio de Sajonia, en Asunción, a cuadras del ‘Defensores’ donde Arce se cansó de tirar centros y rematar tiros libres, una pintata reza: “Si estás buscando una señal, esa ya es una señal”. Es dogmático para algunos, enigmático para otros, o simplemente algo tan evidente que no requiere demostrar que sea cierto para los demás.

Una de las historias alrededor del ‘Divino Niño’ se señala sobre la imagen del ‘Santo Niño de Atocha’. En plena invasión arabe en el Siglo XIII, los cristianos terminaron presos y el misterio se generó alrededor de un niño vestido de peregrino que llevaba comida a los penitentes y llamaba la atención por su ropa y sandalias. Cuando corrió la voz de que las mujeres le pedían en sus oraciones a la Virgen María que su hijo interceda por los detenidos, es que se consideró que en la iglesia donde permanecían estatuas de madre e hijo podría estar la respuesta al misterio, lo único que se encontró era que en la figura del niño tenía cada día los calzados más sucios y polvorientos. Una señal.

Sea tras derrota, empate o victoria, Francisco ‘Chiqui’ Arce se predispone a hablar y responder las preguntas de la prensa, a su derecha lo acompaña su santo patrono, San Francisco de Asís, y a su izquierda el ‘Divino Niño’.

Una muestra de fe.

‘Chiqui’ en tanto, es una muestra constante de lo mucho que uno puede aprender de la experiencia. Hoy, es para gran parte de la afición el responsable de un equipo que sin demasiado, construye en su gente confianza y expectativa, pero mirando un poco más en el tiempo puede que Arce sea la piedra fundacional de una manera diferente de encarar proyectos deportivos en Cerro Porteño. Sus ideas vienen de lo que aprendió siendo jugador, de lo que ya absorbió en su primer ciclo como entrenador, de lo que capturó conociendo internamente a los eternos rivales, y de cómo con los que se rodea, se proyecta para el futuro. Arce no es uno más en Cerro, Arce trabaja por un legado, suyo para el club y para los demás a quienes hoy dirige.

La edad y los golpes de una carrera exitosa hacen que subir una pendiente no sea tarea sencilla. “Esperá un rato porque ijetu’ueterei escalera”, dijo el ‘Chiqui’ recuperando el aire segundos antes de su última conferencia de prensa en LNO tras la victoria ante Guaraní.

Y así transcurren sus días hoy, metido en un emprendimiento que es difícil de subir como esa escalera, pero cuyo objetivo final no es solo llegar a la cima, sino tener certeza de que lo que pretende como premio está ahí al final.

Si la fe y el fútbol se parecen queda a cargo de ustedes, pero mi amigo Andrés dice que cuando aparece la “certeza” sobre algo espiritual, es porque deja de existir la duda, la angustia y por sobre todo la desesperanza.

Que hoy tengamos esperanzas en el Cerro del ‘Chiqui’, debe ser una señal.

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